“Desde niña, no aprendí a quedarme callada”, sostiene Vilma (38), mientras recuerda que si su padre, Pedro Juan (64), alguna vez le pegó, fue por eso mismo, por respondona. “Yo nunca me quedaba callada”, apunta.

A los 14 años, Vilma se levantaba a las 5:00 a.m. para pasar lista a cuadrillas de hombres de Santa Marta, Cabañas, una comunidad de repoblados de la guerra civil que consiguieron un proyecto de agua potable al retornar a El Salvador.

“¿Te acordás cuando te hacíamos caso?”, le dice un vecino de la tercera edad y se ríen. Ella también se siente orgullosa de ser una lideresa. Bromea con que algún día será alcaldesa o diputada, cosa que los que la conocen no dudan; al igual que su familia, quienes la consultan para las decisiones importantes, aunque también le da vértigo, ya que si algo sale mal, será su responsabilidad.

Una de las cosas más difíciles que le ha tocado afrontar a esta mujer de cara redonda y ojos negros es el cuido de su hermano, Óscar Alexander, de 22 años, diagnosticado con esquizofrenia, lo cual, aunado a la pandemia y a un despido que considera totalmente injusto, le presentó un panorama complejo, sumado a que tuvo que afrontar “el síndrome del cuidador”, que consiste en agotamiento extremo y problemas de salud física y mental.

Dicha experiencia la ha hecho reflexionar sobre la importancia de involucrarse en la prevención y educación para la salud mental en su comunidad, donde el pasado doloroso de la guerra civil, el alcoholismo y la drogadicción han alcanzado a varias personas en forma de neurodivergencias, antes conocidas como enfermedades mentales.

"Muchas personas de mi comunidad han presentado problemas psiquiátricos por los traumas de la guerra, el alcoholismo y el consumo de drogas".

-Vilma

Luchadora incansable de profunda conciencia crítica, bailarina, fiestera, futbolera. Soltera, con ganas de ser madre, evalúa alegremente a los posibles candidatos, pero también está consciente de que ser madre no es lo único que como mujer desea.

A los 16 años, Vilma empezó a locutar en radio Victoria, por admiración a la radio Venceremos, que oía su familia desde el campamento de refugiados en Honduras, y marcaba el ritmo de la insurgencia en El Salvador. Desde entonces, no ha parado.

Luego, pasó a locutar en una conocida radio universitaria donde trabajó muchos años y ahora labora para una revista digital y feminista.

La universidad privada la estudió gracias a una beca personal, pues una mujer que la aprecia mucho la ayudó a pagar las cuotas. Por eso, asegura, no pretende migrar a los Estados Unidos como varios de sus hermanos, pues no quiere decepcionar “a los que creyeron en mi proyecto de vida”.

Opina que es precisamente la falta de empleo y la pobreza la que permite “la fuga de cerebros” de su comunidad rural y provoca que muchos se vayan a Estados Unidos “para tener algo propio”.

De su trabajo, Vilma destaca haber entrevistado a mujeres de su comunidad que luego “han muerto de dolor” por todo lo acaecido en la guerra y en sus vidas. Cuenta así de los juicios restaurativos y relatos que ahí ha conocido.

"Las personas de mi comunidad migran por la falta de empleo y la pobreza".

-Vilma

Las anécdotas se multiplican, de aquella Vilma niña en el campamento de Honduras que, por tanto llorar, fue sumergida en un barril de agua para ver si se callaba y dormía. Recuerdos de la guerra y sueños de futuro se sientan a la mesa de esta familia salvadoreña que se siente afortunada por tener un hogar propio, mejorado gracias al esfuerzo y las remesas, heredado por los abuelos, rodeado de cerros y frondosos árboles, perros y gallinas.

Vilma es lideresa en su comunidad. Sueña con algún día convertirse en alcaldesa del pueblo donde nació..