Ernesto tiene 46 años y acepta que vive en una burbuja de privilegios, pero cuando sale un poco de esa burbuja suele sentirse incómodo. Ernesto es homosexual y está cansado de vivir en un país donde no te puedes sentar a la par de una persona de tu mismo sexo en un restaurante sin que te miren mal o hagan un comentario inoportuno o grosero. Y no solo eso, el hecho de mostrarte abiertamente homosexual en El Salvador puede hacerte blanco del odio, la violencia y hasta el asesinato.

¿Por qué El Salvador es tan homofóbico? “Detrás de la homofobia hay una misoginia estructural”, señala este profesional salvadoreño que estudió arquitectura y filosofía. Explica que las y los salvadoreños consideran que ser mujer o niña es de menor importancia que ser hombre o niño, por lo que a los homosexuales suelen insultarlos diciéndoles “nena”, “marica”, “mariquita”, haciendo énfasis en que la feminidad es algo inferior. Por eso, cree que tanto odio contra los hombres homosexuales es como si la sociedad conservadora no soportara que dichos hombres renuncien a sus privilegios para relacionarse con la feminidad.

Ernesto nació en un pueblo. Su padre quería que se dedicara profesionalmente al fútbol, pero nunca logró convencerlo. Ernesto prefirió los libros que le han enseñado a abrirse campo en una sociedad llena de prejuicios, comprender y analizar fenómenos sociales.

“Mi madre se dio cuenta (de que era homosexual) cuando quiso darse cuenta”, explica. Entonces tuvieron una tensa conversación en la que ella le pidió “respetar su casa” y él le solicitó “respetar su vida”. Pronto, decidió irse a vivir solo. Sin embargo, su madre y hermanos siempre han respetado su orientación sexual y ha podido invitar a la mesa familiar a algunas de sus parejas.

"...tanto odio contra los hombres homosexuales es como si la sociedad conservadora no soportara que dichos hombres renuncien a sus privilegios para relacionarse con la feminidad".

-Ernesto

Ernesto sostiene que las redes sociales le dan miedo, debido al nivel de violencia verbal hacia los temas de la comunidad LGTBIQ+. “Yo me puedo costear mi seguridad, pero muchos tienen riesgo solo por el hecho de ser quienes son”, agrega.

Menciona como ejemplo todo el odio textual vertido en las redes sociales contra el primer candidato a diputado abiertamente homosexual en la historia del país. “Tengo que hacer algo”, decidió, y hace siete años se lanzó al activismo junto con otros profesionales con privilegios. “A veces nos hemos equivocado, pero los que más hemos aprendido somos nosotros”, asegura.

Se declara pesimista con respecto al posible avance de los derechos de la comunidad LGTBIQ+. “No me va a tocar ver a mí el avance”, opina. Aunque sea un cliché, considera que solo mediante la educación se puede acortar esta brecha de discriminación y desigualdad contra la comunidad homosexual, solamente cuando los gobiernos apuesten por planes de Estado nación y no solo políticos partidarios.

“Parece el drama de un hombre privilegiado”, se ríe, “pero si la violencia no pudo expulsarme de mi país en muchos años, ahora estoy pensando en que sí quiero irme y migrar, quiero vivir en un país donde pueda caminar de la mano con un novio o amigo”, verbaliza por primera vez en mucho tiempo.

Ernesto labora como encargado de proyectos de comunicación estratégica para un organismo internacional y vive en un exclusivo complejo de departamentos donde habita la clase media y alta.

“... si la violencia no pudo expulsarme de mi país en muchos años, ahora estoy pensando en que sí quiero irme y migrar, quiero vivir en un país donde pueda caminar de la mano con un novio o amigo”.

-Ernesto

“Hasta endeudarse en este país es un privilegio”, comenta, pues pudo costear el enganche de su vivienda debido a su trabajo y parte de su pequeña herencia. Ahora podrá pagar su vivienda en los próximos 19 años, gracias a un préstamo bancario.

Ernesto gasta aproximadamente 100 USD semanalmente en el supermercado, incluyendo la comida para su gata y, a pesar de sus comodidades, opina que en El Salvador la pobreza es “el pecado estructural”, parafraseando al filósofo español, Ignacio Ellacuría, asesinado en 1989.

“Yo no vengo de una familia de dinero. Mi padre era campesino y puso una panadería, mi madre era maestra y, como pudieron, nos dieron estudios”, relata. Estudios a los que él se aferró y le permitieron tener trabajos e ir ascendiendo por sus capacidades para pensar y escribir.

Su utopía: que un día vivamos en la igualdad en la que nacemos todos los seres humanos.

El apartamento de Ernesto está diseñado para una o dos personas. En el recorrido por su hogar, nos muestra la refrigeradora, cuyo orden destaca a simple vista.