Nota: Las barreras que enfrentaron las mujeres rurales para acceder a la vacuna contra la COVID-19 en El Salvador

Las barreras que enfrentaron las mujeres rurales para acceder a la vacuna contra la COVID-19 en El Salvador

El gobierno de El Salvador celebró a principios de 2021 que el país tenía una de las tasas de vacunación más altas de Centroamérica. Sin embargo, esta celebración no se tradujo en un acceso equitativo a la vacuna para todas las personas, especialmente las mujeres rurales.

Por Graciela Barrera

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En el 2020 la pandemia de COVID 19 cooptó la atención mediática en todo el mundo.Aunque esto puso en pausa al mundo y afectó a todos, no impactó la vida de las personas por igual ni siquiera dentro de un mismo país. Berta Rivera, una mujer de 49 años, quien se dedica a la pesca desde muy pequeña en la playa El Espino, municipio de Jucuarán, departamento de Usulután, relata que en su comunidad “ya veníamos en crisis y la pandemia lo agravó”.

Ella recuerda que se enteró de ese virus y de la crisis sanitaria mundial por medio de las redes sociales. El miedo de contagiarse la invadió, dice que fue tan trágico que ya no quisiera recordarlo. “Con los vídeos que presentaba el gobierno, cualquiera se impacta ante eso. Eso era una gran preocupación y no solo mía sino que toda la comunidad vivía en esa zozobra. Nadie quería ni mirarse porque se iban a contagiar”, reflexiona Berta.

Berta es la presidenta de la Cooperativa Gaviotas Marinas de El Espino, de la que forma parte desde el 2008. Ahí ella y 21 mujeres más aprenden juntas y buscan estrategias para poder salir adelante con sus familias. Desde la cooperativa se dedican a la pesca, pero también ofrecen recorridos turísticos por el manglar y tienen un hostal pequeño donde atienden a turistas que visitan las playas de El Espino, “Aquí de todo se hace”, expresa Berta.

Acompañarse en todo momento ha sido muy importante para las mujeres de esa cooperativa. “Nos reunimos y compartimos a veces cosas, no todo es color de rosa en la familia, siempre hay dificultades. Entonces entre nosotras mismas ahí nos consolamos”, comenta Berta.

La pandemia no le permitió a ella y a sus compañeras trabajar con normalidad, como a todos en la población. Sin embargo, para ellas que trabajaban de manera informal, teniendo que salir de sus casas, por ejemplo a vender ropa, como le tocó a Berta, fue todavía más complicado. Berta aprendió a ganarse la vida por medio de la pesca. Su madre, quién ejerció la maternidad sola, le enseñó a pescar desde muy pequeña. Eso, a lo que ella se ha dedicado casi toda su vida, ya no podía generarle ingresos.

La mayoría de mujeres en El Espino trabaja con créditos para poner tener el capital para los distintos trabajos que realizan como la pesca, venta de comida, dulces o ropa, los cuales no pudieron pagar por la falta de ingresos. “Cuando la pandemia llegó también era un momento de crisis en nuestras comunidades porque no es cierto lo que se dice el gobierno en turno y los gobiernos municipales que se jactan de que aquí todo está bien pero eso es una vil mentira”, dice Berta con indignación.

 

Cuando no hay alternativas de pesca, como en la pandemia o temporadas de veda, las mujeres de la Cooperativa hacen collares, aretes y arreglos de conchas que recogen en la playa para venderlos. También hacen comida, venden conserva de coco y buscan alternativas para poder seguir apoyándose entre todas. A Berta, por ejemplo, casi le cae un embargo por no poder pagar su crédito, tuvo que apelar para un refinanciamiento y no le quitaran todas sus pertenencias.

En la casa de Berta viven seis personas, cerca de su vivienda también vive uno de sus hijos, quién ya formó su propia familia. Ella dice que en total son nueve, porque se apoyan todos como si vivieran en el mismo hogar. Además, lamenta que aunque tiene cuatro hijos que ya están grandes, tienen que seguir dependiendo de ella porque no hay trabajo ni oportunidades para ellos. “Tengo mi hija que tiene 21 años, otra que tiene 19 y a veces se rebuscan con otras cosas, ya son bachilleres pero no hay alternativas tampoco”, relata con decepción.

La falta de oportunidades en la familia de Rivera les impuso varias limitaciones en el contexto de la pandemia para poder protegerse del virus, así como a otros 1,684,031 de salvadoreños que viven en condición de pobreza, según la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples (EHPM) y el Banco Central de Reserva (BCR) en 2022.

“Nosotros tuvimos que hacer nuestras propias mascarillas, algunas veces, de tela para lavarlas y reutilizarlas aunque no era recomendado, pero como era un requisito usarla, así salíamos. La mayoría así lo hicimos”, explica. El municipio en el que vive Berta registra un 42.9 % de la población en pobreza, de las cuales el 6.3 % vive en condiciones de pobreza extrema y el 36.7 % en pobreza relativa (DIGESTYC, 2021).

Berta narra que en un día, para que su familia de nueve miembros esté bien, necesita al menos 20 dólares para poder cubrir lo necesario. Durante la pandemia, para todos los miembros en su vivienda, recolectar lo necesario fue muy difícil, así que tuvieron que cambiar también sus rutinas de alimentación. Compraban lo básico para comer: frijoles, arroz y aceite.

“No había pollo, ni carne, ni huevos. La ventaja de acá es que tenemos el mar y el estero, algunas veces nos veníamos a traer almejas, curiles para comer nosotras, hacíamos arroz y ya cambiamos un poco el menú”, dice.

Sobrevivir a la pandemia ya era todo un reto para varias de las familias en Jucuarán, mientras el gobierno celebraba su gestión para hacerle frente a la pandemia COVID-19, se anunció la buena noticia de que ya habían llegado las vacunas al país para reducir los impactos del virus, pero esto también supuso un nuevo desafío para varias mujeres del área rural.

Llegaron las vacunas, pero no fueron accesibles para todas

Según datos recabados en el informe de Oxfam “Barreras y acceso a vacunación COVID-19 para Mujeres Rurales en El Salvador” se estima que un 38 % de la población salvadoreña es rural, de un total de 6,704,864 personas. Las mujeres del área rural representan un 20 % de la población y como colectivo enfrentaron barreras particulares para poder acceder a la vacunación en condiciones de igualdad. Berta comenta que eran tiempos complicados, incluso para poner internet en sus teléfonos y en muchas ocasiones era el único medio por el que podían informarse sobre la vacunación en El Salvador.

“Después de estar pasando por una crisis económica, nos llega el COVID y teníamos que tener internet para ver cómo íbamos a hacer para tener la información, mucha gente por eso no se vacunó”, narra Berta.

Según el estudio elaborado por Oxfam, pese a que el Gobierno habilitó un sistema electrónico online para verificar si una persona era accesible a vacunación y para programar una cita, este mecanismo representa una barrera para las mujeres con bajo nivel educativo formal que es del 11.7 % para las mujeres; y por debajo del promedio del área rural, que representa el 15.5 % (DIGESTYC, 2021). Acceder a las vacunas fue complicado especialmente para mujeres de las zonas rurales que no saben leer y no tienen acceso a tecnología.

Pero aún teniendo conexión a internet no resultó fácil navegar por la web para encontrar la información pertinente. Tener a una persona cercana que les brindara información en su comunidad fue de mucha ayuda, “Aquí había una promotora [de salud] y nos comenzó a decir que buscáramos en internet, que había un link para hacer la cita”, recuerda.

Aunque Berta y sus compañeras lograron llenar el formulario en línea a través de sus celulares, después de eso venía una enorme preocupación sobre cómo transportarse para poder asistir al centro de vacunación el día de su cita asignada.

“Para irnos a vacunar tuvimos que pagar carro para trasladarnos de aquí hasta Jucuarán y el lugar donde está la clínica todavía queda bien lejos. Gastamos entre 20 a 25 dólares en carro por persona”, explica Berta. Cada familia debía pensar en cómo resolver para poder trasladarse hasta el centro de vacunación porque además de tener que recorrer largas distancias, también significa mucho dinero para pagar el transporte.

Otro aspecto importante que influyó en el acceso que tuvieron a vacunas fue el rol de crianza y cuidados que estas mujeres desempeñan. Muchas de ellas,para poder trasladarse, debían contar con presupuesto para transporte, alimentación propia, pero también para los niños que cuidaban y tenían bajo su responsabilidad.

Al menos Berta tiene que recorrer alrededor de 19 kilómetros cada vez que desea llegar a la unidad de salud más cercana a su comunidad. El primer bus de la única ruta que pasa en El Espino, la 351, sale a las 5 de la mañana y brinda servicio para poder salir de la comunidad hasta las 9:30. Hasta las 12:30 del mediodía, los habitantes de El Espino tienen un medio de transporte público para volver a sus viviendas, en caso de que necesiten volver luego de esa hora, deben buscar otra alternativa para regresar a sus hogares.

Berta dice que si alguna autoridad del gobierno se hubiera acercado a preguntarle sobre cuáles eran las alternativas que ellas necesitaban les hubiera dicho: “lo ideal para mi habría sido que en una pandemia se hubieran acercado casa por casa con la vacuna en la comunidad donde, la gente no hubiera tenido tanto gasto porque eso lo han hecho hasta después, pero para qué si eso ya pasó”, comenta.

Otras razones por las que no accedieron a la vacuna

No es el caso de Berta ni de las mujeres que forman parte de la Cooperativa, pero ella también fue testiga de otro tipo de barrera que enfrentaron en su comunidad: las creencias. “Yo escuchaba que decían que era un virus del mono que nos iban a inyectar y todo eso, a todo el mundo le daba pánico inyectarse” relata.

Incluso para ella fue difícil tomar la decisión de realizar su cita y asistir al centro de vacunación por todo lo que se decía respecto a la vacuna, “A mí me costó, yo casi fui de las últimas que me fui a vacunar la primera dosis con mi familia porque no quería vacunarme”, explica.

Berta cree que las personas del área rural, campesinos y campesinas no fueron prioridad para el gobierno. “Como que la población de los campesinos y campesinas fuimos un último nivel se puede decir, porque los que decían ellos que era prioridad, eran los que estaban allá arriba, nosotros fuimos por si alcanza”.

Sin embargo, para las comunidades tener acceso a salud siempre ha sido complicado, lo fue antes de la pandemia, durante la misma,y ahora continúa siéndolo. Según lo comentado por Berta, si la gente tiene una emergencia después de las tres de la tarde ya no la atienden porque no hay médicos. “Mejor lo hacemos por nuestros propios medios, ahí nos rebuscamos para no ir a pagar la consulta porque a veces no nos atienden”, dice.

Menciona casos de conocidos que necesitan atención a salud para enfermedades más complicadas en San Salvador, que están obligados a pagar mucho dinero para transportarse y otros tienen que salir desde un día antes. “Una muchacha que tiene cáncer de mama, está yendo al Hospital de la Mujer y no hay nadie que le eche la mano. Antes había transporte en la municipalidad que nos apoyaba con eso pero ahora ya no”, explica.

Las mujeres, principalmente, cuidaron a las personas contagiadas

Berta agradece que en su familia se hayan distribuido algunas de las tareas del hogar, aunque todavía siguen sin ser equitativas. Cuando ella se contagió sus hijas fueron las que se encargaron de cuidarla y viceversa, pero durante su recuperación ella también fue la encargada de movilizarse hasta Usulután a comprar medicinas porque el kit que brindaba el gobierno nunca lo recibió. Un día, encargándose de esas responsabilidades, casi se desmaya porque sentía que le hacía falta el aire.

“Yo creo que no me cuidaron de la misma manera”, recuerda Berta, porque ella y su familia creen que no hay nadie que cuide mejor que la mamá. Sin embargo, a pesar del cansancio físico por la enfermedad, Berta también cargaba con la preocupación de no tener trabajo ni fuerza para realizar otras actividades y continuar con la responsabilidad de llevar alimentos a su hogar.

El denominador en cada momento complejo en la vida de las mujeres en la Cooperativa Gaviotas Marinas en El Espino, como en la de Berta, ha sido el acompañamiento entre ellas que les ha permitido buscar y encontrar alternativas para sobrellevar los retos, que la mayoría de veces deberían ser resueltos por las autoridades, para salir adelante.

“Eso nos ayudó a formarnos como mujeres, a defendernos porque una mujer sin conocimientos ahí está siempre sumisa y aguantando todo. En mi caso, como mujer, he aprendido a defenderme, sé en qué momento defender mis derechos y los de las demás personas”, relata Berta con propiedad.

El sueño de esta lideresa dentro de su comunidad (El Espino) es que las mujeres tengan sus propios negocios, que se sientan capaces de luchar por sus vidas, “Quiero que tengan una mejor calidad de vida, sin violencia, discriminación y también sin desigualdad”, concluye.